viernes, 18 de diciembre de 2009

Cabro Salado

A la edad de 5 años, Franz se dio cuenta que él no era como los demás chicos:
no le gustaba el fútbol, ni las canicas, ni los trompos.

Él prefería jugar a la casita, con muñequitas, armar con las mantas su toldito,
y jugar feliz en su mundito de fantasía;
aunque en casa todos le apanaban mientras le gritaban que deje de ser tan mujercita,
pero aprendió a huir de esa adversidad refugiándose en su mundillo donde todo era lindo.

Cuando tuvo 8 años huyó literalmente de la escuela de varones donde estudiaba,
pues en el baño le encontraron haciendo mariconadas con su compañerito,
es decir, el auxiliar lo encontró tocándole el pene a su otro compañerito.

Le llevaron a la dirección y no pudo explicarse.
Llamaron a su madre y él lo negó todo frente al director de la escuela.

Por suerte, su padre policía, ausente casi siempre por su trabajo, nunca se enteró,
pero jamás olvidará que su madre le dio una cachetada llegando a casa y sus compañeros al
enterarse del chisme, comenzaron a decirle "maricón, maricón"

Franz ya no quiso volver al colegio de pura vergüenza,
vagó por las calles de Lima lo que quedaba del año vestido de colegial;
en la plaza San Martín hizo amistad con muchas pirañas, lustrabotas y vagos
con quienes compartía juegos inocentes los que siempre acababan en morbosas sobadas sexuales.

Conoció a Súper Mario Bros y se la pasaba días y días en el video juego, a veces jugando
y la mayor parte del tiempo mirando jugar a los demás,
fue en ese pimball donde conoció un hombre quien lo llevó a su cuarto,
hizo que Franz se pararse sobre un banco y le penetró por primera vez haciéndole llorar.

Franz sólo se quiso ir a casa, le dolió el culo una semana mientras cagaba
y espantado miraba los hilos de sangre que le salían...

Su padre policía le sacó la mierda cuando se enteró que no se fue al colegio durante todo el año,
se lo llevó con él al pueblo de la sierra donde prestaba servicio y de castigo lo matriculó en la escuela local donde por cierto sobresalió.

A sus 11 años su madre murió y a sus 12 años su padre ya había rehecho su vida con una mujer del pueblo quien tenía un hijo mayor de su anterior compromiso.

Su madrastra fue amable con él. Sus hermanastro también lo fue y radicó en el pueblo.

Cuando cumplió 13 años, Carlos, su hermanastro de 16 años, llegó borracho y se quedó dormido en calzoncillos sobre la cama.

Franz, tentado ante semejante belleza le acarició los genitales muriéndose de miedo hasta que el pene de Carlos tuvo una violenta erección, Franz se atrevió a meter su mano dentro de los blancos calzoncillos y sentir extasiado la verga gruesa, suave y caliente de su joven hermanastro...

La próxima vez que Carlos llegó mareado le dijo: Te gusta ¿no?. A lo que Franz afirmó con un suave movimiento de cabeza.

Fué en en esa ocasión que tuvo su primera relación sexual y sintió placer al mismo tiempo que su hermanastro eyaculaba dentro de él.

Sus encuentros sexuales se hicieron costumbre y clandestinos en aquel pueblo,
él era feo, pero aprendió pronto a levantarse a los borrachos del pueblo que caían fácil para un polvo fugaz.

Aprendió a disfrutar el excitante placer del sexo escondido.

Cuando cumplió catorce años se enamoró por primera vez del colega de su padre, un policía guapísimo, llamado Leo, joven, risueño y alto.

Franz le miraba de reojo y esperaba ansioso verle borracho para entablarle su estúpido pero eficaz floro.

Y así fue que llegó un domingo y Leo, el tombo en cuestión, se agarró a beber en una cantina del pueblo con algunas autoridades.

Franz, cual zorro tras su presa, entró a la cantina, donde la dueña era su amiga, se puso a charlar con ella, sin que nadie sospechara que estaba al acecho del policía.

Calculando lo esperó en el baño.

Leo entró al baño y Franz se deslizó trás él,

“Hola, disculpa no sabía que estaba ocupado, quiero tomar aguita”, le dijo Franz mientras clavaba su infalible mirada de “Niño-arrecho-sin mundo” en la rica pinga negra de Leo...

“Hoola, Francito cómo estás”, preguntó Leo mientras seguía chicando...

“Pues aquí mirándote”


Leo captó al toque, le correspondió con una sonrisa y le dijo "Qué!, no me digas que te gusta”

“Pues no se…”, dijo Franz con una provocativa voz infantil.

Leo le cogió de la barbilla sin dejar de orinar “Tan chibolo y cabro?”

“No digas eso”, susurró Franz.

“Quieres chupar esta rica pieza” preguntó Leo sacudiéndose el pene y acercándose a Franz.

“No se…”, dijo Franz excitadísimo al ver y oler el aroma que leo desprendía: cerveza, tabaco y sándalo.

“Espérame un toque en la esquina de mi cuarto”, susurró Leo.


Y fue así que terminó bajo el cuerpo de aquel único hombre de quien se enamoró por primera y única vez en su vida, se sintió amado y vivió pocas pero inolvidables noches con Leo.

Cabro salado!, la dicha no le duró mucho, su padre, salvaje nada estúpido, se ganó de todito, interrogó a Franz llegando un día borracho, le sacó la mierda, le aplastó y le rompió la cara con su bolceguís...

Espantado y con la mejilla partida Franz logró zafarse de los golpes de su padre y huyó hasta el río, donde llorando desconsoladamente, pudo lavar su rostro empapado en la sangre que imparable teñía macabra, las cristalinas aguas de aquel río.

Su cabeza zumbaba mientras recordaba el atronador juramento de su padre amenazándole:

“Yo me entero que eres cabro y te mato” le había dicho el desgraciado de su viejo,

“Te juro que te mato conchadetumadre!”, le había vuelto a adecir señalándole con el dedo…

Franz temblaba y desde ese día nunca más volvió a sentirse ni niño ni interesante.

Era feo, pero había aprendido a iluminar su mirada, pero ahora, con la cara partida y esa espantosa cicatriz que le quedó luego, quedó marcado de por vida por no sólo por fuera sino también por dentro.

Su homosexualidad recientemente aflorada la reprimió para siempre.

Nunca más volvió a abordar a nadie, y el joven feo pero extrovertido, se convirtió de la noche a la mañana en un ser sumiso, lleno de resentimiento y miedo.

De vuelta a Lima, cuando cumplió los diescisiete años estudió derecho en la universidad, carrera que no culminó y se puso a trabajar como empaquetador en una fábrica.

Temía a su padre y nunca pudo olvidar el traumático episodio de su padre golpeando su cuerpo como cuando se pisa algún algún insecto asqueroso.

Se miraba lloroso en el espejo esa cicatriz que comenzaba bajo su ojo y terminaba muy abajo de su pómulo.

Se hundió en la soledad de su mundo: vacío, lleno de pensamientos y escaso de esperanza...

No, nadie en este mundo podía saber que Franz era homosexual.

No quizo que nadie se dese cuenta un milímetro de su homosexualidad. No, claro que no.

El miedo le hizo llenarse de amargura hacia otros homosexuales.

Odiaba a los afeminados por la alegría con la que paseaban su homosexualidad, la adornaban y la echaban en cara de la gente.

Odiaba porque nunca más se volvió a llenar su corazón con el calor de otro hombre y nunca más nadie se le acercó por ese aspecto hosco que ofrecía su faz.

Cortó la relación con su padre.

Era responsable en su aburrida y estúpida chamba.


Pagaba sus cuentas puntualmente, cumplió veinte años, veinticinco años y dejó su juventud en el trabajo, su único refugio.

Cuando cumplió veintisiete descubrió el internet.

Descubrió el Messenger, descubrió el patético mundo virtual refugio de muchos homosexuales
con vidas tan trágicas o vacías como la de él, y como muchos, se entregó a una búsqueda de sexo fácil y sin sentido.

Se describió como pasivo de veintitantos años, varonil, con estudios universitarios y actualmente trabajando.

Forma de ser: inteligente, leido, tímido.

Le llovieron las propuestas.

Y llegaron las citas a ciegas, con las que después de casi veinte años su homosexualidad pudo salir de su letargo.

Cada semana conocía un hombre diferente a quien citaba en su cuarto, algunos se sentían asustados por su cicatriz que le daba un aspecto delincuencial, pero otros solo buscaban a alguien quien les saque la leche sin que les importe el físico.

Pescó sífilis, y el culo se le llenó de ampollas con agudos dolores que le hacían morder la frazada,
cagar era un suplicio, y caminar un tormento.

No quizo ir de miedo a la posta, ni al hospital, esperó que su cuerpo se curara solo, aguantó el horrible dolor y se automedicó con penicilina.

Cuando cumplió 30 años su padre murió, no tuvo ningún sentimiento hacia él.

Sus fronteras sexuales se ampliaron.

Descubrió que no sólo era pasivo sino que podía hacer el papel de activo y se entregó a una vida de vicio sexual… a su edad comenzó a disfrutar el alcohol, las borracheras y le gustaba levantarse locas, las cachaba sin condón de borracho, andaba con una capucha para ocultar su cicatriz, aunque siempre le robaban las cosas de su cuarto: su minicomponente, su ropa, relojes, celulares, zapatillas....

Hasta que una vez despertó de frío en el suelo y se dio cuenta que le habían robado su mismo colchón.

Perdió el trabajo. Comenzó fumando marihuana para llenar la soledad y disipar su tristeza.

Se metió cocaína por primera vez en los alrededores de las discos de ambiente del centro de Lima, y la pasta básica de cocaína le invitaron al salir de La Jarrita unos soldaditos borrachos, pero más, mucho más le gustó el cloro...

Se pegó con las drogas, le gustaron muchísimo, por primera vez en su vida pudo sentir paz en su corazón, era, como si el humo de los tronchos entrara a su corazón y a su pensamiento y lo barriera todo: al pasado, a la soledad, al abandono....

Y su corazón cayó pronto presa ante esa maravillosa felicidad que ofrecen las drogas.

Maravillosa, pero falsa. Y ya no quiso nada más.

Huyó del cuarto donde estaba porque ya no pudo pagar los cuatro meses de renta,
vendió sus cosas y se alquiló un cuartucho en el Agustino.

Una noche, sin comer y angustiado por la falta de drogas salió paranóico y asustado,
corriendo por el centro de Lima gritando, espantando a los transeúntes
y arrancó inconscientemente, por primera vez en su vida, la cartera de una dama asustada.

En la cartera pudo hallar treinta soles con los que se fue á la callecita de los dealers,
una que está al costado de la plaza San Martín donde pudo comprar cuatro ketes de pasta básica de cocaína, a cinco lucas cada uno y un paquetito de diez soles de marihuana, a uno de los tantísimos dealers que amables venden drogas como si fuese pan nocturno para los noctámbulos.

Fue desesperado su cuarto, mezcló la pasta con la marihuana, las enroló en un pedazo de papel,
metió los palitos de fósforo, para que no se consuma tan rápido, prendió el fuego con el que recorrió el troncho, de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, en un ceremonioso acto de fumón.

Finalmente prendió el clásico mixto que se había armado y comenzó a fumarlo en la soledad de su cuartucho, jalaba profundas bocanas, las retenia inmóvil un buen rato, expulsaba el humo y nuevamente jalaba...

Uuufff, qué riicooo....

La paz volvió, el relax, la confianza, la esperanza y el olvido.

Pero la falsa dicha que las drogas le brindaban se acababa pronto, y al desaparecer sus efectos, sus fantasmas regresaban, y era necesario abastecerse de más... fumar todo el día, toda la noche, adormecer los sentidos...

Al no tener dinero, se convirtió en delicuente. Un mediocre delincuente en soledad. Pasar la noche en las calles de Lima no era realmente un problema. Siempre hay un hermoso portón, unas bellas columnas romanas o un riquísimo banco de mármol que le servían de lecho temporal...

Pasaba que a veces se iba a alguna cantina donde por un sol le daban un poco de aguardiente y no sabía cómo terminaba durmiendo en alguna esquina, sobre algún carton o mamandole la pinga sucia a algún compañero alcohólico...

La incurable sífilis le volvía a atacar por temporadas, con sus oleadas de dolor, las ampollas le quemaban, le hacían gritar, y sólo la pasta y el cloro mitigaban su dolor.

Ni fuerzas tenía siquiera para robar, ni siquiera para levantarse, y allí sobre un cartón, en una esquina, con los ojos perdidos, algún joven pasó y le dio una bolsa con cachitos con manjar, y fué así que Franz aprendió a extender la mano.

Nuestro Franz cumplió treinta y cinco años, era andrajoso, en buena hora la barba le cubrió el rostro, se llenó de piojos y apestaba.

A veces nadie le daba limosna y los dealers se compadecían de él y le regalaban un poco de pasta o cloro.

En el mercado central era fácil abastecece de alguna fruta que le ofrecían las caseritas piadosas,
pero a veces no podía comer nada, su estómago lo rechazaba todo.

Y fué que en el mercado central comiendo un pedazo de pescado frito que le habían regalado, que conoció a un perro tan flaco y sucio como él con quien compartió los huesos de su almuerzo de ese día.

Le nombró Jack.

Y fué así que Jack se convirtió en el primer y único amigo de Franz, animalito que le brindó compañía en las frías noches, buen camarada en la búsqueda de comida, y entusiasta movecola que le arrancaba sonrisas a Franz.

Esas olvidadas sonrisas por las cosas sencillas que ofrece vida y que iluminaba el corazón de nuestro paria, con la honestidad que una droga jamás ofrecerá.

Jack no se despegaba de su Franz.

Hasta que un día a mediados de agosto a sus treinta y seis años, en una fría y lluviosa tarde de agosto, Franz, quien no había probado alimento durante más de una semana, estaba buscando cartones servibles en un basural, para renovar su lecho,
y en eso,
sintió una oleada de debilidad en su cuerpo y se desplomo semi-inconciente sobre el basural.


Jack le lloraba moviendo la cola, desesperado le lamia el rostro, le jalaba el raído pantalón,
ladraba como pidiendo ayuda, pero Franz no podía moverse,
aún con los ojos abiertos y secos miraba el feísimo cielo gris de Lima.

Más basura le cubrió el cuerpo los cuatro días que estuvo desplomado,
y por fin cuando pasó el camión recolector de basura se lo llevó en una inevitable y espantosa confusión,
mientras Jack, angustiado, perseguía incansable ladrando al carro recolector,
que se llevaba a su amito Franz, aún con vida.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

ESCRIBES PORQUERIAS ....TIENES UNA MENTE PODRIDA ....SOLO HABLAS DE ODIO Y RENCOR .....COMO TODOS LOS DE TI TUPO ....POBRE TU VIDA .......

Anónimo dijo...

lo que escribiste me parece muy cierto, furte y valioso, la verdad, me toco mucho.
No lo hagas caso al pobre cretino que escribe mas arriba.

Anónimo dijo...

al suelo los ortodoxos. la expresion libre es lo q cuenta, y ahora si a criticar te pasaste de exagerado pobre franz!

Anónimo dijo...

relato muy conmovedor

Anónimo dijo...

mensaje al autor
me gustaria contactarme contigo, mi historia es parecida
escribeme a israelmancos arroba yahoo.es